El consentimiento es mucho más que una palabra o un permiso: es una manifestación consciente de respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Desde la psicología, se entiende como una forma de autonomía emocional y cognitiva, que implica reconocer los propios límites y los ajenos. Enseñar a consentir y a pedir consentimiento fortalece la autoestima, la empatía y la seguridad personal, pilares fundamentales de la salud mental.
En las primeras etapas de la infancia, el aprendizaje del consentimiento se traduce en la capacidad de decir “no”, de expresar emociones y de comprender que el cuerpo propio y el de los demás merecen respeto. Según Harvard Graduate School of Education (2018), esta educación temprana ayuda a formar relaciones seguras, previene el abuso y promueve el desarrollo de la inteligencia emocional. Modelar conductas cotidianas como preguntar “¿quieres un abrazo?” permite a los niños construir autonomía afectiva.
Durante la adolescencia, la enseñanza del consentimiento adquiere una dimensión más compleja. En esta etapa, el cerebro sigue desarrollando habilidades como la autorregulación y la toma de decisiones; por eso, hablar abiertamente sobre límites y relaciones saludables es esencial. La educación psicológica debe incluir temas como el respeto, la comunicación no verbal y la capacidad de reconocer situaciones de presión o manipulación.
En el ámbito sexual, el consentimiento no solo es legal sino también emocional. En Colombia, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) establece los 14 años como edad mínima para consentir, pero la verdadera validez surge cuando la decisión es libre, consciente y sin coacción.
Casos como el de Dina Smailova, sobreviviente de violación y activista por los derechos de las mujeres, reflejan las graves consecuencias psicológicas del abuso y la importancia de romper el silencio. Su historia nos recuerda que el consentimiento no es negociable y que su ausencia constituye violencia.
Educar en consentimiento es, en esencia, formar seres humanos empáticos, seguros y conscientes del valor del respeto mutuo, base indispensable para una convivencia emocionalmente sana.