En la era digital, la desinformación nutricional se ha convertido en un fenómeno silencioso, pero profundamente influyente. No solo distorsiona lo que las personas creen sobre la alimentación; también impacta la salud mental, la autoimagen y la relación que cada individuo construye con la comida. Desde mensajes alarmistas hasta promesas milagrosas de pérdida de peso, la información falsa genera un ambiente de confusión que afecta especialmente a quienes buscan mejorar su bienestar.
Psicológicamente, estas narrativas se aprovechan de emociones humanas básicas: el miedo, la culpa y la necesidad de pertenencia. Frases como “este alimento es tóxico” o “pierde 10 kilos en una semana” apelan al deseo de control rápido y a la presión social por encajar en ciertos ideales corporales. En jóvenes, un grupo altamente expuesto a redes sociales, este bombardeo puede abrir la puerta a comparaciones constantes, baja autoestima y conductas alimentarias de riesgo.
La “infodemia”, como la llaman expertos de la Universidad Nacional de Colombia, describe este exceso de información sin sustento, que mezcla opiniones personales con intereses comerciales. Influencers, gurús de bienestar e incluso profesionales de la salud pueden difundir recomendaciones extremas, reforzando la idea de que existe una dieta perfecta o un cuerpo ideal al que todos deben aspirar. Esto no solo confunde; también puede generar desnutrición, ansiedad alimentaria y una pérdida de confianza en decisiones propias.
Además, la industria detrás de dietas, suplementos y productos “detox” aprovecha estas inseguridades. Las personas, especialmente las mujeres, se convierten en un nicho vulnerable al que se le venden soluciones rápidas a problemas creados o exagerados por la misma desinformación.
Combatir este fenómeno implica desarrollar pensamiento crítico, verificar fuentes y reconocer cuando un mensaje busca manipular emociones más que informar. También requiere recuperar la educación nutricional basada en evidencia, para fortalecer la autonomía y la relación saludable con la comida.
En un mundo lleno de ruido informativo, proteger la salud mental y física empieza por aprender a distinguir entre lo científico y lo seductor, entre lo que nutre el cuerpo y lo que solo alimenta la confusión.