El alcohol es una droga depresora del sistema nervioso central, capaz de alterar el autocontrol y las funciones cognitivas. Aunque culturalmente se normaliza su consumo, desde la psicología se entiende como una sustancia psicoactiva con efectos directos sobre la salud mental y el desarrollo cerebral.
En la niñez y adolescencia, el daño es mayor porque el cerebro aún está en formación. Regiones como la corteza prefrontal y el sistema límbico, responsables del juicio, el control de impulsos y la regulación emocional, son particularmente vulnerables. El alcohol interfiere en procesos clave como la sinaptogénesis y la mielinización, lo que puede generar déficits permanentes en memoria, atención y resolución de problemas.
Los adolescentes presentan menor tolerancia biológica, lo que significa que incluso pequeñas cantidades pueden producir consecuencias graves. Además, la exposición temprana aumenta significativamente el riesgo de dependencia en la adultez, ya que el cerebro juvenil es más sensible a los efectos gratificantes de la sustancia y menos consciente de los riesgos.
En el plano psicológico, el consumo precoz se asocia con mayor incidencia de depresión, ansiedad, conductas impulsivas y dificultades en la autoestima. También incrementa los conflictos familiares, el bajo rendimiento escolar y la exposición a conductas de riesgo. Las estadísticas en Colombia reflejan esta realidad: la edad promedio de inicio en sustancias psicoactivas, incluido el alcohol, es de 13,7 años, y cerca del 40 % de los escolares entre 11 y 18 años ha consumido alcohol en el último mes.
El rol preventivo de la familia y la comunidad es esencial. Fomentar el diálogo, dar ejemplo con un consumo responsable, establecer límites claros y fortalecer habilidades emocionales en los jóvenes puede reducir el riesgo. Desde la psicología, se enfatiza que la prevención no debe centrarse solo en prohibiciones, sino en generar conciencia, resiliencia y alternativas saludables de afrontamiento.
El alcohol, lejos de ser un simple acompañante social, constituye un factor de riesgo serio en etapas tempranas de la vida. Reconocerlo y actuar a tiempo puede marcar la diferencia en el bienestar psicológico y el futuro de los adolescentes.