El contacto cero es una técnica psicológica que consiste en cortar toda comunicación con una expareja o una persona tóxica. Esta estrategia no se trata solo de dejar de hablar: implica eliminar el vínculo de redes sociales, evitar preguntar por esa persona y resistir cualquier impulso de volver a establecer contacto. Su objetivo principal es ofrecer un espacio para procesar el duelo y recuperar el control emocional.
Tras una ruptura, mantener el contacto suele alimentar la ilusión de reconciliación o sostener dinámicas de dependencia que impiden sanar. El contacto cero ayuda a detener el autoengaño, a aclarar la mente y a observar la relación desde otra perspectiva. Para quienes atraviesan relaciones tóxicas, abusivas o marcadas por la dependencia emocional, esta técnica puede ser la única vía real para cortar patrones dañinos.
Aplicar el contacto cero no es fácil: surge la duda, la nostalgia y, a veces, la culpa. Sin embargo, resistir esta etapa permite fortalecer la autoestima, reconectarse con uno mismo y priorizar el autocuidado. Llenar el tiempo con nuevas actividades y relaciones sanas es clave para no recaer en viejas dinámicas por impulso o soledad.
Desde la psicología, se recomienda especialmente a personas con apego ansioso, impulsividad elevada o problemas de dependencia emocional. También es útil para quienes arrastran heridas de relaciones pasadas, pues ofrece la distancia necesaria para reflexionar y sanar.
Es importante entender que el contacto cero no es un método universal: cada relación y cada persona requieren una decisión consciente sobre cuánto contacto mantener, siempre guiándose por una pregunta esencial: “¿Esto me hace bien?”. En algunos casos, después de un tiempo de distancia, es posible retomar el vínculo desde un lugar más sano, pero solo si ambas partes lo deciden y trabajan en los problemas previos.
Romper un lazo duele, pero duele más quedarse atado a un vínculo que bloquea el crecimiento. El contacto cero, bien aplicado, no es frialdad: es un acto de amor propio.