La respiración es un proceso vital que ocurre de forma automática, permitiéndonos llevar oxígeno a nuestras células y eliminar dióxido de carbono. Pero más allá de su función fisiológica, la psicología ha descubierto que la forma en que respiramos también puede influir profundamente en nuestro bienestar emocional y mental.
Estudios recientes han demostrado que la respiración consciente –es decir, prestar atención al ritmo y profundidad de cada inhalación y exhalación– puede mejorar la atención, la memoria y el control emocional. Esta conexión se da porque la respiración, aunque es automática, también puede ser controlada voluntariamente. Este control voluntario influye directamente en el sistema nervioso, especialmente en su rama parasimpática, encargada de activar la calma, el descanso y la recuperación.
Cuando respiramos de forma superficial o agitada, nuestro cuerpo puede interpretar que estamos en peligro, aumentando el estrés y dificultando la concentración. En cambio, una respiración profunda y lenta activa mecanismos de relajación, reduce la presión arterial, disminuye la ansiedad y mejora el estado de ánimo.
Las técnicas de respiración, como la respiración diafragmática o la técnica nasal alterna (nadí shodhana), ayudan a entrenar esta capacidad. Respirar como lo hacen los bebés –desde el abdomen y no desde el pecho– permite aprovechar mejor la capacidad pulmonar y enviar señales de seguridad al cerebro.
La respiración consciente también crea un espacio de conexión entre el cuerpo y la mente. Es una herramienta gratuita, disponible en todo momento, que nos ancla al presente y nos ayuda a gestionar emociones. Por ello, incorporar ejercicios de respiración profunda a la rutina diaria puede ser un acto simple pero poderoso para cuidar nuestra salud mental.
Respirar bien no solo es vivir, sino también vivir mejor. La mente se calma cuando se le enseña a respirar.