La situación de los habitantes en calle en Colombia no es solo una problemática social, sino también una realidad que interpela profundamente a la psicología como ciencia del comportamiento humano. Detrás de cada cifra —como las más de 34.000 personas censadas por el DANE— hay historias de ruptura afectiva, deterioro de la salud mental, abandono institucional y fragilidad emocional.
Psicológicamente, esta condición suele estar marcada por patrones de consumo problemático de sustancias, particularmente en hombres mayores de 50 años. Estas conductas muchas veces son mecanismos de afrontamiento ante traumas no resueltos, duelos, violencia o exclusión. La pérdida de vínculos familiares, que aparece como una constante, acentúa el aislamiento, generando un círculo vicioso entre la exclusión social y la autonegación del cuidado.
La habitabilidad en calle implica, desde lo simbólico, una forma extrema de desarraigo, donde la calle se convierte no solo en refugio, sino en territorio emocional. La ley 1641 de 2013 y la política pública 2022–2031 son avances importantes, al centrarse en la prevención, la atención integral y la inclusión social. Sin embargo, cualquier política será insuficiente si no incorpora el componente emocional de estas personas: su sentido de dignidad, pertenencia, autoestima y esperanza.
Desde la psicología, se hace urgente un enfoque de intervención comunitaria e individual que restituya vínculos, fortalezca redes de apoyo y promueva procesos de rehabilitación basados en la escucha activa y el acompañamiento terapéutico. El abordaje debe considerar la corresponsabilidad entre Estado, familia y sociedad, pero también reconocer que cada habitante de calle es una historia interrumpida que aún puede reescribirse.