Desde una perspectiva psicológica, la figura del contratista estatal se encuentra atrapada entre dos mundos: la aparente autonomía y la profunda vulnerabilidad. Aunque legalmente se reconoce que el contratista debe asumir sus propios medios y riesgos, en la práctica muchas personas están sometidas a horarios, dependencia jerárquica y renovaciones inciertas. Esa contradicción —ser autónomo, pero depender— alimenta un constante estado de alerta.
La incertidumbre de no saber si se reafirmará el vínculo genera una carga emocional significativa. Una psicóloga citada en el artículo, “La incertidumbre del contratista estatal para que le renueven su contrato”, del medio Cero Setenta -070-, afirma que los consultantes expresan: “me estoy dando cuenta de que no tengo una capacidad de ahorro y eso me impacta… ¿cómo organizas tu plata si ni siquiera sabes cuándo te van a pagar?” Este tipo de inquietud interfiere con la sensación de control personal, elemento clave para el bienestar psicológico.
Adicionalmente, el hecho de que quienes trabajan bajo esta modalidad puedan sentirse “menos que empleados” alimenta la pérdida de autoestima. Cuando una persona empieza a cuestionar “¿seré capaz, que soy suficiente?” como indica la psicóloga del artículo, se evidencia un daño en la identidad profesional. En lugar de sentirse valorado por su trabajo, el contratista puede asumir roles de menor seguridad emocional.
Por otra parte, la constante alerta (tener el computador listo “por si algo se necesita”, según el testimonio), borra los límites entre trabajo y vida personal generando agotamiento y afectando la salud mental.
Para mitigar estos efectos es importante que tanto el individuo como las organizaciones reconozcan el impacto psicológico de la precariedad laboral. A nivel individual, cultivar redes de apoyo, establecer rutinas que protejan los tiempos de descanso y desarrollar una narrativa de valor propio más allá del contrato puede ayudar. A nivel institucional, valorar la dignidad del trabajo y propiciar condiciones que minimicen la angustia de la espera serían pasos fundamentales.
En síntesis, más allá del dato legal o económico, este tipo de contratación implica una vulnerabilidad emocional profunda: ansiedad por la continuidad, erosión de la identidad y la constante vigilancia interna. Reconocerlo abre camino para trabajar el bienestar psicológico de quienes viven esta realidad.