El sobrepeso y la obesidad son condiciones que van más allá de un número en la balanza: representan fenómenos complejos donde intervienen factores biológicos, emocionales, sociales y conductuales. Aunque suelen definirse a partir del Índice de Masa Corporal (IMC), su comprensión psicológica permite entender por qué estas condiciones son tan difíciles de prevenir y tratar.

Desde la psicología, se reconoce que los hábitos alimenticios no se construyen únicamente por elección consciente. Están profundamente influenciados por el estrés, las emociones y el entorno social. Muchas personas recurren a la comida como forma de regulación emocional, buscando alivio ante la ansiedad, la tristeza o incluso el aburrimiento. Este patrón, conocido como “hambre emocional”, puede conducir a ciclos de culpa y frustración que perpetúan el aumento de peso.

Además, los determinantes sociales —como la pobreza, el bajo acceso a alimentos saludables y la falta de espacios seguros para ejercitarse— configuran ambientes que favorecen la obesidad. Estas condiciones generan sentimientos de impotencia, baja autoestima y menor percepción de autocontrol, elementos psicológicos que dificultan el cambio de hábitos.

El impacto emocional del sobrepeso también es significativo. Las personas pueden enfrentar estigma, discriminación y comentarios negativos que afectan la autoimagen y aumentan el riesgo de depresión. Este clima psicológico adverso puede disminuir la motivación y reforzar comportamientos poco saludables, creando un círculo vicioso difícil de romper.

En regiones como San Andrés, la intervención psicológica se vuelve fundamental. El acompañamiento profesional puede ayudar a desarrollar una relación más consciente con la comida, fortalecer la autoestima y promover estrategias de afrontamiento que no dependan de la alimentación.

Abordar la obesidad requiere un enfoque integral: educación nutricional, actividad física, políticas públicas protectoras y atención psicológica. Comprender que el peso no es solo un asunto corporal, sino emocional y social, permite construir intervenciones más humanas y efectivas. Promover entornos que apoyen el bienestar mental es tan importante como fomentar hábitos saludables, pues ambas dimensiones están profundamente conectadas.